domingo, 20 de mayo de 2012

LOS PREJUICIOS SALEN A ESCENA


No puede negarse que los relatos que nos hablan del drama en el que viven (y a veces mueren) las personas que son víctimas de los prejuicios de quienes tienen alrededor están entre los que más nos conmueven y nos indignan.  Nos resulta bastante sencillo sentir solidaridad con los personajes que son víctimas de las ideas preconcebidas de los otros y nos ponemos de su parte como lo haríamos con cualquiera que fuera víctima de algo indeseable. Hay tantos ejemplos que resulta difícil escoger pero, por preferencias personales, siempre recuerdo dos películas que, en mi opinión, muestran como pocas los injustos efectos de los prejuicios y la intolerancia.  En “Matar a un ruiseñor”, de Robert Mulligan, asistimos al horror del prejuicio racial institucionalizado y convertido en verdadera seña de identidad para una comunidad humana envilecida por el odio al diferente, para el no acepta otro destino natural que el de la esclavitud. 


La acción de “Philadelphia”, de Jonathan Demme se sitúa cincuenta años más tarde y nos coloca ante otro tipo de prejuicios, que esta vez nos resultan mucho más próximos. Tanto, que todavía forman parte de nuestro entorno.  Es cierto que, en este caso, no hay una comunidad dispuesta a ahorcar al diferente (el homosexual) pero sí a condenarle a la marginalidad y al desamparo, porque suma a su condición sexual la del enfermo, y no de una enfermedad cualquiera. Comprobamos nuevamente que, para convertir a un inocente en la víctima del prejuicio, no es necesaria ni siquiera la maldad: basta con que el miedo se sume a la ignorancia.  


Paloma Rey Ortiz de Solórzano

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