martes, 27 de marzo de 2012

La falsa moral


Cuando tratamos el tema de los prejuicios es imposible no acercarnos al concepto de la falsa moral, algo que actualmente es más notable de lo que se puede creer en un principio. Como falsa moral podemos entender la realización de determinadas acciones o la revelación de determinadas expresiones en base a apoyar lo que la sociedad quiere que sea apoyado, no lo que realmente el individuo apoyaría de no encontrarse con esa presión social. La falsa moral hace que las personas admitan o defiendan algo de cara al público cuando, de forma privada, no lo harían.

Actualmente hay una serie de temas, de movimientos, que no hace demasiados años eran tratados como tabú, con desprecio o con indiferencia social. Para acercar más al lector a la situación podemos señalar ejemplos como la homosexualidad, la inmigración, la mujer como ser libre o la religión.

Prácticamente todos estaríamos de acuerdo en que si preguntásemos a un amplio grupo de personas (unas 10 aproximadamente) sobre uno de esos temas, por ejemplo, el de inmigración, las respuestas que darían serían muy distantes si las preguntas son realizadas en público a si se realizasen de forma privada. Esto se basa en la presión social antes señalada, en lo que todo el mundo cree que debe decir, como si de una norma social creada se tratase pero que no todos los individuos comparten realmente en su interior, por ello recibe el adjetivo de “falsa”, porque no es más que una máscara que se pone la persona de cara a los demás pero que se quita cuando se encuentra realmente consigo mismo.

Me gustaría que nos pudiésemos introducir más en este tema, desde un ejemplo imaginario. En 1818 la escritora inglesa Mary Wollstonecraft Shelley nos propuso una historia en la cual el hombre pudo demostrar su verdadera moral, Frankstein. Esta novela narra la ambición científica del doctor Frankstein por dar vida a algo inerte sin saber que su propia creación le repugnaría incluso a sí mismo. En el siglo XIX la sociedad no era tan liberal como se entiende (o se cree) que es la nuestra actualmente, dos siglos después, por ello los personajes de la obra actúan de la forma que lo hacen, huyendo y queriendo acabar con lo desconocido, sin dar cabida a la reflexión, reconociendo únicamente lo apreciado como algo monstruoso, antinatural y que debe ser eliminado. Pero, ¿qué ocurriría a día de hoy?, ¿cuál sería la forma de actuar de nuestros ciudadanos, tan abiertos y respetuosos, tan tolerantes y comprensivos, ante un ser creado desde la ambición que ninguna culpa tiene excepto la que se encuentra en el interior de su creador? Seamos sinceros, sabemos que la reacción sería exactamente la misma que hace dos siglos: se entendería como amenaza y terminaría por ser perseguido y eliminado de la sociedad.

Es cierto que éste ha sido un ejemplo irreal, que no tendrá lugar en la sociedad, pero es un ejemplo que refleja muy bien la hipocresía de nuestra moral. Nos autoengañamos, creemos que somos totalmente tolerantes, que todo es aceptado, que vivimos en un constante bienestar social en el que cada uno puede ser lo que quiera sin que nadie deba decirle nada al respecto, pero luego no es así, la realidad se distorsiona en nuestra cabeza, la realidad es que giramos la cabeza cuando vemos alguien vestido de una forma “especial”, nos fijamos en las manos entrelazadas de dos hombres o de dos mujeres, nos da rabia si al que contratan es a un ciudadano inmigrante en lugar de a nosotros o nos escandalizamos si una chica lleva una falda demasiado corta. No se trata de generalizar, sino de reconocer que en algún aspecto que podemos encontrar en nuestra sociedad nosotros también tenemos una falsa moral, ya que forma parte del individuo y de su intención por poder formar parte de la sociedad. Nos reímos del “qué dirán” que tanto preocupa a nuestros abuelos y abuelas pero no tan alejados de esa expresión vivimos nosotros, quienes intentamos destacar o no defraudar a nadie en cómo deberíamos ser o en cómo esperan que seamos.

Y para finalizar podemos recoger las palabras de un famoso filósofo griego, Aristóteles, quien hace aproximadamente dos mil trescientos años ya señalaba esta realidad de la siguiente forma:
“El ser humano es un ser social por naturaleza, y el insocial por naturaleza y no por azar o es mal humano o más que humano (...) La sociedad es por naturaleza y anterior al individuo (...) el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de la sociedad, sino una bestia o un dios.”

Así es, quien no se atañe a la sociedad, o es una bestia o por el contrario, debería ser un dios.

Carmen D.S.

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