Cuando
tratamos el tema de los prejuicios es imposible no acercarnos al concepto de la
falsa moral, algo que actualmente es más notable de lo que se puede creer en un
principio. Como falsa moral podemos entender la realización de determinadas
acciones o la revelación de determinadas expresiones en base a apoyar lo que la
sociedad quiere que sea apoyado, no lo que realmente el individuo apoyaría de
no encontrarse con esa presión social. La falsa moral hace que las personas
admitan o defiendan algo de cara al público cuando, de forma privada, no lo
harían.
Actualmente
hay una serie de temas, de movimientos, que no hace demasiados años eran
tratados como tabú, con desprecio o con indiferencia social. Para acercar más
al lector a la situación podemos señalar ejemplos como la homosexualidad, la inmigración,
la mujer como ser libre o la religión.
Prácticamente
todos estaríamos de acuerdo en que si preguntásemos a un amplio grupo de
personas (unas 10 aproximadamente) sobre uno de esos temas, por ejemplo, el de
inmigración, las respuestas que darían serían muy distantes si las preguntas
son realizadas en público a si se realizasen de forma privada. Esto se basa en
la presión social antes señalada, en lo que todo el mundo cree que debe decir,
como si de una norma social creada se tratase pero que no todos los individuos
comparten realmente en su interior, por ello recibe el adjetivo de “falsa”,
porque no es más que una máscara que se pone la persona de cara a los demás
pero que se quita cuando se encuentra realmente consigo mismo.
Me
gustaría que nos pudiésemos introducir más en este tema, desde un ejemplo
imaginario. En 1818 la escritora inglesa Mary Wollstonecraft Shelley nos
propuso una historia en la cual el hombre pudo demostrar su verdadera moral,
Frankstein. Esta novela narra la ambición científica del doctor Frankstein por
dar vida a algo inerte sin saber que su propia creación le repugnaría incluso a
sí mismo. En el siglo XIX la sociedad no era tan liberal como se entiende (o se cree) que
es la nuestra actualmente, dos siglos después, por ello los personajes de la
obra actúan de la forma que lo hacen, huyendo y queriendo acabar con lo
desconocido, sin dar cabida a la reflexión, reconociendo únicamente lo
apreciado como algo monstruoso, antinatural y que debe ser eliminado. Pero,
¿qué ocurriría a día de hoy?, ¿cuál sería la forma de actuar de nuestros
ciudadanos, tan abiertos y respetuosos, tan tolerantes y comprensivos, ante un
ser creado desde la ambición que ninguna culpa tiene excepto la que se encuentra
en el interior de su creador? Seamos sinceros, sabemos que la reacción sería
exactamente la misma que hace dos siglos: se entendería como amenaza y terminaría
por ser perseguido y eliminado de la sociedad.
Es
cierto que éste ha sido un ejemplo irreal, que no tendrá lugar en la sociedad,
pero es un ejemplo que refleja muy bien la hipocresía de nuestra moral. Nos autoengañamos,
creemos que somos totalmente tolerantes, que todo es aceptado, que vivimos en
un constante bienestar social en el que cada uno puede ser lo que quiera sin
que nadie deba decirle nada al respecto, pero luego no es así, la realidad se
distorsiona en nuestra cabeza, la realidad es que giramos la cabeza cuando
vemos alguien vestido de una forma “especial”, nos fijamos en las manos
entrelazadas de dos hombres o de dos mujeres, nos da rabia si al que contratan
es a un ciudadano inmigrante en lugar de a nosotros o nos escandalizamos si una
chica lleva una falda demasiado corta. No se trata de generalizar, sino de
reconocer que en algún aspecto que podemos encontrar en nuestra sociedad
nosotros también tenemos una falsa moral, ya que forma parte del individuo y de
su intención por poder formar parte de la sociedad. Nos reímos del “qué dirán”
que tanto preocupa a nuestros abuelos y abuelas pero no tan alejados de esa expresión
vivimos nosotros, quienes intentamos destacar o no defraudar a nadie en cómo deberíamos
ser o en cómo esperan que seamos.
Y
para finalizar podemos recoger las palabras de un famoso filósofo griego,
Aristóteles, quien hace aproximadamente dos mil trescientos años ya señalaba
esta realidad de la siguiente forma:
“El ser humano es un ser
social por naturaleza, y el insocial por naturaleza y no por azar o es mal
humano o más que humano (...) La sociedad es por naturaleza y anterior al
individuo (...) el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada por su
propia suficiencia, no es miembro de la sociedad, sino una bestia o un dios.”
Así
es, quien no se atañe a la sociedad, o es una bestia o por el contrario, debería
ser un dios.
Carmen D.S.
LA IGLESIA Y LA FALSA MORAL
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